miércoles, 31 de diciembre de 2014

LA NIEBLA DE CAN MERCADER


La niebla de Can Mercader



 

Suena el teléfono y me dispongo a cogerlo. Miro la pantalla de mi móvil y veo que se trata de un número privado. ”No sé para qué narices llama la gente con teléfono oculto” ―me digo a mi mismo―. Opino que la gente que no se identifica es que algo esconde. Pero en fin, el trabajo es el trabajo y el horno no está para bollos. No es una buena situación para rechazar ninguna llamada.

― Dígame.

― Hola ¿es la agencia de detective?

Siempre me hago la misma pregunta: ¿De dónde sacarán el número que no están seguros de estar llamando a un detective?

― Sí señor. Dígame.

― Mire, quería que me dijera cuánto me va a costar seguir a mi mujer. Se trata de un tema matrimonial.

Supongo que aquella persona necesitaba aclararme que cuando se tiene que vigilar a su mujer es porque se trata un tema matrimonial. Por si yo no lo supiese.

― Bien ningún problema ―le dije―, pero el precio dependerá de cuántas horas o de la cantidad de días tenga que hacerse ese trabajo.

Después de una media hora al teléfono explicándome todos los detalles de cómo y por qué había llegado su matrimonio a esa fase y de cómo había llegado a sospechar, sí, a sospechar, de que su mujer le estaba engañando con otra persona, empezó a explicarme lo que yo le había preguntado al principio: los horarios en que tenía que efectuar aquella vigilancia y desde dónde tenía que iniciarla.

Una vez conocidos todos los datos pude darle un coste aproximado de lo que iba a tener que pagarme por aquel servicio y, aunque a regañadientes, porque decía estar en el paro y no tener una situación económica demasiado boyante, aceptó.

Nos pusimos de acuerdo para que me pasase una fotografía de su mujer por correo electrónico y algunos detalles más que eran de mi interés para iniciar el caso cuanto antes.

Me pidió que tenía que empezar esa misma tarde ya que su mujer le había explicado que, después de salir del trabajo, tenía que ir con una compañera de trabajo a efectuar unas compras a El Corte Inglés de La Almeda, porque era el cumpleaños de otra de sus compañeras y habían acordado hacerle un regalo en conjunto; después, desde allí, se irían a tomar algo y ella volvería a casa ya cenada.

Esa era la sospecha que tenía.

Él estaba totalmente seguro de que ellas no iba a ir a comprar con la amiga, de que aquello era una excusa para verse con alguien, porque había notado que, últimamente, su teléfono recibía demasiados mensajes, que ella borraba automáticamente después de haberlos leído a escondidas.

Eran las siete de la tarde cuando me situé en las inmediaciones de la librería Abacus, mientras esperaba que ella saliese de la asesoría en la que trabajaba como contable. Desde allí la vería perfectamente y pasaría totalmente desapercibido, sin que nadie notara que yo estaba haciendo una vigilancia.

Cuando en mi reloj dieron las siete y media, vi como salía mi investigada por la puerta de su trabajo, y que lo hacía acompañada de otra mujer de su edad. La verdad es que si no hubieran salido juntas, podría haberlas llegado a confundir: el mismo peinado y color de pelo, el mismo estilo de ropa y, para colmo, ambas con un bolso muy parecido. De cerca ya podía diferenciarlas, pero me tuve que aproximar bastante más de lo previsto para identificar cuál de las dos era mi objetivo.

Caminaron hasta la calle República Argentina y llegaron al lugar en que tenían estacionada una motocicleta. Comprendí que sería de la otra mujer ya que mi cliente no me había dado noticias de que su esposa pudiera tener ese vehículo, ni ningún otro.

Vi que la compañera sacaba unas llaves y abría el asiento del que sacó dos cascos, para que cada una de ellas se colocara el suyo. Por mi parte, yo ya me había apresurado a poner en marcha mi motocicleta, que la tenía a pocos metros.

Después de un par de minutos de colocar cuidadosamente el pelo dentro del casco, para no despeinarse demasiado, se pusieron en marcha en dirección a la Plaza de Cataluña. Luego cogieron la Avenida del Parque y se desplazaron en dirección al Eroski, luego tomaron por  la calle Rubio y Ors por donde llegaron a La Almeda.

Tomaron las rotondas de la Carretera de L’Hospitalet muy despacio, y se veía que la conductora no debía estar acostumbrada a llevar “paquete”, porque se la notaba excesivamente prudente y asustada.

Cuando llegaron a El Corte Inglés, estacionaron en una de las esquinas, sobre la acera. Se quitaron el casco y después de guardarlo bajo el asiento de la moto, emprendieron la marcha a pie y entraron en el centro.

Me preguntaba si aquella situación era el engaño que suponía el marido o si realmente mi investigada iba a realizar aquella compra y luego se reuniría con el supuesto amante. De momento no me lo parecía pero debía esperar acontecimientos, en mi trabajo nunca se podía dar nada por hecho.

Me hicieron patear cada una de las plantas de toda aquella superficie comercial. Por mi parte, fui jugando a tratar de averiguar qué tipo de regalo iban a comprar. La verdad es que, durante los casi tres cuartos de hora que permanecimos allí dentro, no logré llegar a ninguna conclusión. Visitaron todo tipo de secciones, tanto de caballero como de señora, la planta joven, la no tan joven y, por supuesto, por zapatería. Hasta dieron un paseo por la librería, para mi sorpresa.

Finalmente, compraron un par de sudaderas deportivas que empaquetaron por separado, indicando a la dependienta que se las envolvieran bien para regalo.

Cuando acabaron, cada una con su bolsa, se dirigieron hacia la salida. ― ¡Eureka! ―grité para “mis adentros”―, por fin de nuevo a la calle. Quería acción y allí no la iba a encontrar.

Una vez en la calle, se encaminaron hacía donde había estacionado la motocicleta, así que yo me aligeré en ir hacia la mía. Tenía que prepararme para salir detrás de ellas.

Cuando ya estaba montado en mi moto, y ésta puesta en marcha, observé cómo metían las bolsas en el arcón de su moto, pero no vi que cogieran los cascos que habían dejado bajo el asiento.

Cerraron el arcón de la moto y se dirigieron, a pie, hacia la calle Teodoro Lacalle. Tuve que darme prisa, apagar mi moto y volverla a aparcar de nuevo. Me quité el casco, lo metí en mi arcón y salí corriendo, creí que las perdía de vista.

Cuando llegué a la esquina de la Avenida Pablo Picasso con Teodoro la Calle, dejé de verlas. ¡Habían desaparecido!. Miré a un lado y a otro de la calle, pero ni rastro. Sabía que estas cosas pasaban, no era la primera vez, pero aquello había pasado demasiado rápido.

De repente caí en la posibilidad y miré dentro de la cervecería que había a mi espalda, en aquella misma esquina, y, sí, allí estaban. Tan graciosas, tan simpáticas, ajenas al mal rato que yo acababa de pasar., apoyadas en la barra, hablando con el camarero mientras ojeaban una carta.

Se trataba de la Cervecería-Brasería “Nuevo Milenio” y el hecho es que cuando leí el nombre se me pasó por la cabeza, por un momento, que era un nombre sugerente, le daba realidad al hecho de que habían desaparecido allí dentro. Cosas de la casuística, pensé.

Como supuse que iban a comer, me metí en el bar y me senté en una mesa, justo en la que estaba detrás de ellas, al lado de la puerta. Desde allí las oía perfectamente hablar con el camarero que las estaba atendiendo.

Pidieron unas hamburguesas y yo entonces me levanté y a otro camarero que había en la misma barra le pedí una caña de cerveza y un pincho de tortilla. Pagué en cuanto me lo sirvió y me volví a sentar en la misma mesa, con la intención de tomarme aquel aperitivo mientras esperaba a que ellas comieran. Nunca se sabe si luego podrás comer...

Había escuchado lo que pidieron, pero no escuché el pedido completo y me sorprendí, estando yo tan a gusto disfrutando de mi trozo de tortilla de patatas y mi caña, cuando vi cómo les entregaban las dos supuestas hamburguesas envueltas en papel de aluminio y se las metían en una bolsa, junto con dos latas de cola. Pagaron y salieron de aquella cervecería.

― ¡Jolín! ―exclamé con cierto disgusto―. Hoy no tengo el día, estas dos me volverán majara. No doy una con ellas.

¡De nuevo a la carrera! Me tragué el trozo de tortilla que me quedaba y le di el último trago a la cerveza, engullendo como un pavo. Me dio por reírme de mí mismo. No daba crédito a lo que me estaba pasando en aquel caso.

Cuando salí, vi que se encaminaban por la Avenida de Pablo Picasso hacia la Carretera de L’Hospitalet. Mientras iba caminando detrás de ellas comprobé que al final de esa avenida, justo una esquina antes de llegar a la carretera de L’Hospitalet, cambia de nombre y pasa a llamarse calle Zamora. Hasta ahora no me había dado cuenta; y eso que nací a tres calles de ahí.

Me hacía cruces. ¡Qué cosas tan raras me estaban pasando ese día! Además, para más INRI, todas juntas…

Ellas cruzaron la carretera y se adentraron en el Parque de Can Mercader.  Por un momento, pensé que, aunque todo era muy raro, era posible que se tranquilizase el asunto. Todo apuntaba a que se iban a comer las hamburguesas allí, paseando, pero no quería adelantarme a pensar cuales iban a ser realmente sus intenciones: estaba fallando todo hasta ese momento y nada salía como, a priori, sería de esperar.

Pasearon por el lado derecho del parque, siguiendo los raíles del tren en miniatura. No había mucha gente y la poca que había, caminaba en sentido opuesto a nosotros, como queriendo marcharse del parque.

Por lo visto, las dos mujeres, decidieron que no querían que se les enfriase la cena, porque cuando llegaron a la parte que da con el Camí de Cal Vidrier, se sentaron en un banco con la intención de saciar su poco o mucho apetito.

Yo tenía un lugar privilegiado para grabarlas, detrás de unos matorrales, sentado en otro de los muchos bancos que hay dentro de ese maravilloso lugar. Empezaba a pensar que quizá se me empezaba a ponerse las cosas de cara, ya que, hasta ese momento, no había sido así.

La grabación era buena y cómoda. Estaba disfrutando de ella mientras pensaba en mi cliente. Me preguntaba por el cómo iba a tomarse que aquella mujer sospechosa de engañarle, estaba disfrutando de un paseo y una merienda con una amiga, compañera de trabajo y que, lo de las compras, era cierto.

― Yo, a lo mío ­―pensé.

Seguí grabando para poder tener imágenes suficientes como para demostrarle a mi cliente lo que yo le iba a decir.

Pero de pronto…

― ¡Coño! ―me dije mientras me aseguraba de lo que estaba viendo.

¡Mi investigada estaba besando en la boca a su compañera, mientras aquella le acariciaba la nuca!

Continuaron así durante un buen rato, incluso me dio tiempo a situarme más cerca, en una especie de isleta ajardinada, donde había un enorme matorral que me permitió meterme totalmente dentro de él y poder grabar con mayor libertad, sin que me pudieran ver.

No me extrañó el hecho, lo había visto ciento de veces. Pero aquel día no me lo esperaba, nada había hecho presuponer que ocurriría algo parecido.

Realmente aquel día era raro de narices. Por nada del mundo hubiera previsto lo que me estaba ocurriendo, en todos los sentidos. Empecé a pensar que una fuerza diabólica estaba sobre mi, torciéndome el día.

Seguí observando con la cámara preparada por si se producía de nuevo otro momento cariñoso. Ahora había cambiado toda mi opinión respecto a lo que le iba a contar a mi cliente. Ahora sí tenía que darle la razón, aunque no como él la imaginaba. No sabía si le iba a gustar más de esta manera. Creía que no.

De nuevo empecé a creer en la mala suerte de aquel día. No era demasiado tarde pero una nube negra empezó a amenazar lluvia o al menos le quitó prácticamente toda la luz a aquella tarde, que empezó a oscurecerse muy rápidamente. Demasiado rápido, a mi juicio.

La cámara empezaba a indicarme falta de luz. Debía acercarme algo más pero no podía, me podrían ver y sería peor. De todas formas ya tenía imágenes que demostraban aquella relación entre ambas.

Miré hacia arriba para ver las nubes negras que habían oscurecido en su totalidad todo el cielo y que de repente pareció ser mucho más tarde de lo que realmente era. No era una nube, era como una capa oscura que, además, se complicaba con una neblina también oscura, de un intenso color violeta.

Me repetía incansablemente que aquel día se había puesto a demostrarme que no era un día normal. Me estaba jugando una mala pasada detrás de otra. Después de todo lo que me había ocurrido, de golpe, aquella niebla sin sentido empezaba a situarse en el suelo del parque, las copas de los árboles ya no se distinguían. De las dos mujeres empezaba a ver solamente su silueta. Estaba a punto de dejarlas de ver, pero aún las distinguía y podía detectar como ellas se abrazaban fuertemente y se miraban. Descubrí que aquella forma de mirarse y de cogerse no era parte del idilio que habían empezado a mantener entre ellas aquella noche. Era fruto del pánico que estaban pasando y que las inmovilizaba de tal manera que se habían quedado pegadas al asiento de piedra sobre el que estaban sentadas.

Yo quise seguir agazapado entre aquellos arbustos. Estaba asombrado y no sabía bien a qué se debía aquel estado del tiempo. Por mi cabeza pasaron rápidamente varias hipótesis, como que estuviesen quemando matorrales cerca de allí o alguna cosa parecida, pero nada de lo que pensaba me daba una respuesta válida. No olía a nada, no era una niebla normal. Había visto muchas nieblas espesas trabajando en Lérida y no se parecía en nada a esta.

De pronto una luz intensa, blanca, como si se tratase de una antorcha de iluminación o un foco incandescente, se posó sobre aquellas dos mujeres. Era extraño, pero no venía de ningún lado, solamente las iluminaba a ellas dentro de la espesa niebla.

Las dos se abrazaban fuertemente y una de ellas se agazapó bajo la otra, escondiendo la cabeza, atemorizada y gritando. La otra trataba de resistir su miedo, mirando a un lado y a otro sin llegar a ver nada. Ninguna de las dos tenía ni el valor ni las fuerzas de levantarse y salir corriendo de allí. Yo tampoco.

Frente a ellas, a poco más de un metro y medio, se empezó a despejar la neblina, como si se abriese de una puerta. De ella empezó a brillar una luz que cada vez se veía con más intensidad, subiendo desde un color blanco amarillento hasta un intenso color violeta. De esa luz salió una figura que yo no llegaba a distinguir con total claridad. Era una figura extrañamente animada…

Cuando aquella especie de sombra salió de la luz ya distinguí mejor que tenía figura humana. Las películas que había visto me animaban a pensar que debía tratarse de un extraterrestre, pero yo no daba crédito. No me parecía posible, aunque lo estaba viendo con mis ojos. O eso creía yo.

Aquella cosa salió de la luz y se acercó hasta ellas que, en esos momentos, no podían ver lo que les iba a ocurrir. Las dos tenían sus caras tapadas, la una contra la otra, fuertemente abrazadas, temiendo lo que les pudiera suceder.

Aquella intensa luz y la gruesa neblina no me dejaban distinguir aquel cuerpo. Parecía medir más de dos metros y medio de altura, bastante delgado, con unas piernas muy largas y unos brazos que le colgaban más allá de lo que parecían ser sus rodillas. No se le distinguía el cuello y de los mismos hombros le salía algo como una cabeza, pero con una forma similar a la de una pelota de rugby. En el centro de la cabeza se intuía un gran ojo y no parecía haber rastro de boca o nariz.

Yo, ni podía ni quería moverme. No sabía si “aquello” podía tener conocimiento de mi presencia, agazapado en aquellos matorrales, pero no tenía ninguna intención de ayudarle a que lo descubriese.

De pronto, le puso a una de las chicas una de sus manos sobre su cabeza e inmediatamente hizo lo mismo con la otra. Ellas estaban totalmente inmóviles, sentadas en aquel banco formando una sola figura.

Aquella cosa levantó a la misma vez sus manos, con sus brazos estirados, y las colocó sobre sus cabezas. De inmediato empezó a subir los brazos y hasta que sus cuerpos quedaron totalmente colgados. Era algo insólito y muy extraño, con la palma de la mano abierta apoyada en cada una de las cabezas, sin agarrarlas las estaba manteniendo totalmente suspendidas en el aire y sin que tocaran el suelo. Las dos permanecían rígidas, con los brazos colgando y los ojos cerrados, sin aparente sufrimiento. Ambas mostraban en su rostro un gesto de felicidad, la mueca dibujada por sus labios hacía creer que pudieran estar soñando algo encantador.

No pasaría más de un minuto en aquella situación cuando, de repente, sus cuerpos se iluminaron. Parecían dos tubos fluorescentes. Yo temía que pudieran estallar, por la cantidad de luz que irradiaban.

Sentía frío, las manos se me estaban quedando heladas. No sabía si era del miedo que estaba pasando o si realmente había bajado la temperatura. Estaba en una postura bastante incómoda pero no notaba ningún malestar, como si se me hubiera dormido el resto de mi cuerpo. No notaba nada. Seguí sin moverme aunque no sabía si podría hacerlo. Miraba fijamente intentando adivinar que iba a ocurrir a continuación, cuando empecé a notar que la niebla se disipaba y vi que la figura iba bajando los brazos lentamente, dejándolas en la misma postura desde la que las había cogido. Mientras, comprobé que a ellas se les iba desvaneciendo la luz de su cuerpo, volviendo a su estado natural.

Una vez las dejó en el banco, ellas siguieron juntas, abrazadas y con sus caras tapadas, pero aparentemente sin haber vuelto en sí. Aquella cosa se giró lentamente como si sus pies resbalasen en el suelo y volvió a encenderse el foco de luz del que había salido. Me pareció ver que de dentro de esa luz había otra figura como la suya, y “aquello” empezó a dirigirse hacia el foco.

La luz iba apagándose lentamente tras él, bajando su intensidad hasta convertirse en un punto blanco que permaneció flotando en el aire, a unos cuatro metros de mí, frente a las chicas, junto a las copas de aquellos árboles a no más de tres o cuatro metros de altura, hasta que, como si de una estrella fugaz se tratara, salió disparada hacia el cielo, serpenteando al inicio y trazando después una larga línea brillante, como de purpurina, y formando una cola de cometa que desapareció totalmente en el firmamento, mezclándose con las otras estrellas. La niebla se fue haciendo cada vez menos densa, lentamente, hasta llegar a desaparecer totalmente. La oscuridad también remitió hasta convertir el momento en una clara noche de luna llena en la que se podían ver todas las estrellas del cielo, incluso aquel punto que aún podía distinguir y que acababa de salir de aquel parque, de delante mismo de mis narices.

Observé a las chicas y, como si hubieran vuelto en sí sin saber lo que había pasado, las vi hablando entre ellas, incluso riéndose. Una de ellas sacó el móvil de uno los bolsillos de su chaqueta y exclamó:

― ¡Caramba! las once y cuarto! Vámonos, que a mi marido le dije que llegaría tarde pero no quiero llegar después de las once y media.

 ― ¡Si, vamos! ―le dijo la otra condescendiente y, mientras se ponían de pie, se besaban de nuevo en la boca. Como si nada hubiera pasado.

Empezaron a caminar cogidas de la mano. No había nadie en el parque. Incluso yo pensaba que podría estar ya cerrado. Salí de mi escondrijo y me incorporé para seguir detrás de ellas. Aún no salía de mi asombro, pues lo que había ocurrido no era normal. Por un momento pensé que me podría haber quedado dormido y que todo había sido un sueño. No me explicaba lo que me había parecido vivir. Me propuse filmar de nuevo la salida de aquellas chicas del parque cuando, de repente, me di cuenta que en la pantalla de la cámara estaban parpadeando una luz amarilla y una roja. La amarilla me informaba de que la batería estaba agotándose y que solamente quedaba un minuto de carga. La roja, indicaba que la cámara estaba grabando.

― ¿Grabando? ―me pregunté sorprendido.

No recordaba haberle dado al REC, aunque tampoco recordaba haberla apagado en su momento, pero entendía que así habría sido. Uno, normalmente, sabe cuándo graba y cuándo no.

Me extrañó, pero aproveché y les hice una pequeña grabación mientras caminaba detrás de ellas, justo en el momento en que llegaban a la puerta de hierro del parque. Estaba cerrada pero no con llave y ellas, tras abrirla, salieron al exterior y se dispusieron a cruzar la carretera de L’Hospitalet en dirección hacia El Corte Inglés.

Yo hice lo propio. Salí del parque, abriendo también la puerta y cerrándola una vez estuve fuera. La curiosidad me mataba e intenté abrir de nuevo, pero no pude. En ese momento la puerta pareció quedarse totalmente cerrada, como con llave y me fue imposible volverla a abrir. No quise pensar en nada y mucho menos en el porqué. Todo me parecía absurdo y me preguntaba si realmente estaba despierto o lo estaba soñando, como si estuviese viviendo una pesadilla dentro de mi vida real. Decidí seguir tras ellas y me dirigí hasta donde tenía mi moto porque ellas estaban llegando a la suya.

Yo las miraba mientras cogían sus cascos y se los colocaban en la cabeza, charlando tan amigablemente, como si nada hubiese pasado aquella tarde. Era incomprensible pero yo sabía positivamente que era cierto.

Una vez salieron por la misma calle Teodoro La Calle en dirección a Dolores Almeda, continuaron recto hasta buscar la Avenida de los Ferrocarriles Catalanes por donde tomaron por la Carretera del Prat y salieron a la Carretera de Esplugues. Circulaban como a la ida, muy lentamente. La mujer a la que yo estaba investigando iba fuertemente abrazada a la conductora. Independientemente de que algo de miedo podría llevar, yo sabía que no era solamente ese el motivo, que había veía otra intención.

Más tarde cogieron por la Avenida del Parque, por donde llegaron a la Plaza de Cataluña. Allí se detuvieron en un semáforo y aunque era bastante complicado, lograron poderse besar y yo logré poder grabar algo de ese momento, que por otro lado no pudo ser demasiado porque mi cámara de vídeo dijo que ya no seguía grabando más. Una vez más me quedó claro que aquel día no era normal.

El semáforo se puso en verde y continuaron la marcha por la calle de La Miranda hasta la Avenida de San Ildefonso. Al llegar a la esquina de la calle De La Dalia, se detuvieron y allí se apeo mi investigada. Noté que en ese lugar fueron más discretas. La evidencia era clara, tanto su domicilio como su puesto de trabajo estaban a pocos metros y podían ser vistas por alguien conocido. Le entregó el casco a su compañera, que se colocó en el codo y mientras la otra arrancaba y se marchaba por la misma Avenida de San Ildefonso, ella se dirigió hasta su domicilio, en el que entró poco después y cuando eran aproximadamente las once y media de la noche.

Mi trabajo terminó en aquel momento, justo cuando le ponía un WhatsApp a mi cliente en el que le decía textualmente: “En un minuto está en su casa, acabo de dejarla en la misma puerta. Mañana le cuento detalles”.

Sabía que lo dejaba en ascuas y que él, lo que seguramente querría sería saber, sería lo que había pasado. Sin duda querría saber si realmente se había visto con alguien con quien le pudiera estar engañando y si la excusa de ir con una amiga de compras era una mentira. Pero no podía explicárselo con un mensaje y realmente mi cabeza no estaba para explicaciones en ese momento. De hecho, yo tampoco tenía claro lo que había visto o había dejado de ver aquella tarde. Nada de lo que me pareció ver era real y tenía que llegar a mi casa y tranquilizarme para rebobinar, tanto mi cabeza como mi grabadora de vídeo.

Directamente me fui a mi despacho. No estaba demasiado lejos por lo que no me costó llegar más de cinco minutos. Abrí de forma precipitada la puerta del despacho y, sin cerrar completamente la puerta, me dirigí hasta mi mesa, me senté, saqué el cable de alimentación de la cámara y lo conecté a la corriente para poder encenderla. Le di a la tecla de puesta en marcha y esperé a que el disco duro empezara a funcionar. Mientras tanto fui a cerrar bien la puerta, no quería que nadie pudiera sorprenderme Volví a sentarme en mi sillón y encendí el televisor que tengo justamente sobre el mueble de mi escritorio y archivador. Conecté los cables y después hice lo mismo con la cámara de vídeo. Busque el inicio de la grabación y le di al Play.

Empecé a ver las imágenes que había grabado desde que ella salió de su trabajo, se montaba en la moto y se dirigía hasta La Almeda. Lo fui haciendo rebobinando de forma rápida, porque tenía mi sistema nervioso alterado y deseaba llegar a la parte en que ya habíamos entrado en el parque de Can Mercader.  En ese punto pude ver con toda claridad que había captado perfectamente el momento en que ellas se besaban, mientras estaban sentadas comiéndose la hamburguesa.

― ¡Felicidades! ―me dije―, pero ahora no estás buscando eso.

Me hablaba a mi mismo, los dedos no me respondían, no atinaba con la tecla de rebobinado rápido, tenía las manos frías, las piernas me temblaban y las rodillas chocaban la una contra la otra por debajo de mi mesa a la vez que, sin levantar las puntas de los pies, taconeaba el suelo de forma frenética.

― Aquí ―dije cuando empecé a ver que se había grabado el momento en que empezaba a caer aquella densa niebla. Observé que, para entonces, la grabación se hizo en automático. Supuse que cuando me extrañé de lo que estaba pasando, se me olvidó presionar el botón de pausa y por ello la cámara siguió grabando, ya que en esa parte de la grabación no se enfocaba a ningún punto en concreto. La cámara fue grabando sin control, enfocando al suelo, los matorrales, zonas sin nada en concreto excepto mucha niebla, etc.  Lo estaba viendo con velocidad normal porque no quería perderme ningún detalle. Seguí observando aquella parte. Mucho grabado pero sin nada importante durante un buen rato, hasta que se empezaron a ver los cambios de luces. Era tal como lo recordaba pero la cámara lo había registrado mejor, tanto que parecía como si la luz le deslumbrase y no se viese nada, todo era blanco, nada más que blanco, pero debí moverme un poco en aquel momento porque noté que de golpe debí enfocar hacia el suelo y a partir de ahí se empezaron a ver los pies de ellas dos. Duró un minuto aproximadamente pero después, supongo por el cansancio de la postura en la que estaba agazapado entre los matorrales, la cámara empezó a subir hacia arriba y se podía ver a ellas sentadas en el banco. Justo cuando estaban abrazadas y con la cara tapada. En ese preciso momento la cámara empezó a emitir un sonido de interferencias que yo no había notado en el parque. Era una música muy aguda pero con unos tonos agradables, me recordó a la película “Encuentros en la Tercera Fase”, era muy similar. Se me erizó el vello de los brazos y sentí un escalofrío en todo el cuerpo.

La cámara siguió emitiendo aquel sonido y aquellas imágenes que yo estaba viendo por el monitor del televisor a la espera impaciente de ver si había podido captarse alguna otra imagen de aquel encuentro. Entonces fue cuando vi aparecer por la izquierda de la pantalla un destello de luz blanca y de ella vi aparecer un brazo que alcanzaba la cabeza de una de las mujeres y luego otro brazo que hacía lo mismo sobre la cabeza de la otra mujer.

― ¡Uau! ―grité a la vez que paraba la cámara.

Necesitaba respirar. Tomar aire y tranquilizarme. Yo sabía que aquello era lo que había visto y ahora sabía con certeza que no había estado soñando, que no había tenido un alucinación mental mientras trabajaba.

Me apresuré a comprobar si había más imágenes grabadas. Lo que se veía hasta el momento no era mucho, se veía a las mujeres sentadas abrazadas y unos antebrazos, no más, de alguien que acababa con sus manos en las cabezas de las dos mujeres. Antebrazos que yo realmente los había visto, pero que a causa de la intensidad de aquella luz blanca, no se distinguían con suficiente nitidez y cualquiera podría decir que se podría tratar de dos brazos humanos vistos con una luz por detrás que los desenfocaba.

Continué viendo la grabación y se captaron pocos segundos más de lo mismo hasta que de golpe se quedó la imagen totalmente blanca, como si la interferencia hubiera sido mayor. El sonido también desapareció totalmente. Aquello coincidió con el momento en que aquella cosa elevó a pulso a ambas mujeres, después de ponerles las manos a la cabeza, de manera que esa parte no quedó grabada en la cámara.

Cuando la cámara volvió a dar imágenes “normales” fue justo cuando yo volvía a tener la intención de grabarlas, momento en el que me di cuenta de que se me había quedado en modo REC, a partir de ahí lo grabado correspondía al momento en que salimos del parque y hacíamos el camino hasta la moto.

Apagué la cámara y el televisor. Me eché hacia atrás en mi sillón y cerré los ojos. Ahora estaba en el estado de reflexión que necesitaba y que hasta ese momento no había podido tener. Me preguntaba cómo había sido capaz de aguantar el tipo y no salir corriendo, pero quise creer que mi propio miedo me dejo inmóvil. Incapaz de tomar una decisión. Supuse que debí reaccionar de esa forma pensando que, si me movía y me detectaban, me podría pasar algo. Supongo que debió ser algo instintivo. No alcanzaba a comprender el porqué.

Ahora, faltaba asimilar todo aquello. Sabía que era cierto porque había tenido la suerte de que una parte de lo que pasó se grabara con mi cámara de vídeo, aunque sólo para mí, porque aquellas imágenes no se podrían utilizar  para explicar lo que yo había visto. Nadie lo iba a creer.

Me preguntaba tantas cosas… ¿Por qué aquellas mueres habían reaccionado así? Estaba seguro de que ellas no eran conscientes de lo que les había ocurrido en aquel parque. Aquellas mujeres pasaron miedo en un primer momento, pero luego lo olvidaron todo y actuaron tan tranquilamente, como si nada. ¿Les habrían borrado la memoria?. En ese caso ¿Para qué lo habían hecho aquellas “figuras”? ¿Qué interés tendrían?

Lo que estaba claro es que yo había visto a un extraterrestre llegar allí, salir de una especie de niebla, colocar sus manos en las cabezas de las dos mujeres, suspenderlas en el aire, dejarlas de nuevo en el banco y luego,  convirtiendo su supuesta nave en un punto de luz del tamaño de un euro, marcharse hasta confundirse con las estrellas. Eso estaba claro, pero solamente lo sabía yo y, evidentemente, no podía explicarlo.

Me marché a casa. Mi mujer, afortunadamente, estaba ya durmiendo cuando llegué y eso evitó que pudiera ver la cara que yo traía. Supongo que me hubiese delatado, ella habría notado que me pasaba algo y yo no podría haberle explicado nada.

Me tumbé en el sofá, después de prepararme una tónica con mucho hielo. No estaba preparado en aquellos momentos para beber algo más complicado que pudiera perturbar mi descanso o perjudicar a mis neuronas, si es que había quedado alguna sana.

Estuve toda la noche en el sofá, sentado, dándole vueltas a la cabeza y pensando en lo que me había pasado, hasta que me quedé dormido. No sé a qué hora ni cuánto rato pude dormir.

Fue mi mujer la que me despertó por la mañana, cuando ella se levantó para desayunar.

― ¡Cariño! ¿Quieres café? ¿Viniste muy tarde anoche? No te oí llegar.

No supe qué contestarle. Ni tan sólo si era conveniente, que respondiese. Tenía miedo a que me siguiera preguntando y yo tuviese tentación de decirle:  “¿Sabes qué me pasó anoche?”

Afortunadamente, reaccioné y le dije que llegué tarde y no quise molestarla, y que sí, que le agradecía que me preparase un café mientras me duchaba.

Cuando salí de la ducha me tomé el café, mientras ella me explicaba que, cuando saliese de trabajar a mediodía, iría a comprar algo y posiblemente llegaría un rato más tarde. Se despidió con un beso rápido y se marchó.

Yo me dispuse a preparar un redactado para entregar a mi cliente, con los detalles de lo que había ocurrido, y añadiendo algún fotograma de interés de lo que se había grabado. Evidentemente, de la parte que a él le interesaba, no del resto.

Puse la radio en la emisora de Radio Cornellá, que es la que siempre escucho por las mañanas. Era viernes y ya eran las nueve y media de la mañana, así que escuché el programa despertador “Bon Día”, de José Antonio Castillo que duró hasta las diez. Me acompañó en la elección de los fotogramas que iba a insertar en el informe. Cuando ya lo estaba redactando, empezó el segundo programa de radio, “Passió pel Matí”, conducido por Andrea Sánchez, un programa de música e informativos que recoge mucha información local.

Mientras estaba escribiendo empezaron a dar una noticia que detuvo automáticamente mis dedos… Estaban informando acerca de que numerosos habitantes habían llamado a aquella emisora de radio, a la Policía Local y a los Mossos d’Esquadra, denunciando que sobre el Parque de Can Mercader había visto algo muy extraño, confesando algunos de ellos que había llegado a ver un platillo volante...

En el programa de radio, dieron detalles de las llamadas recogidas, estuvieron explicando que una especie de nube se había situado sobre el parque y que, dentro de esa nube, se veían destellos de luces blancas y violetas. Incluso algunos vecinos de la zona de La Miranda habían podido llegar a ver claramente que se trataba de un platillo volante.

Me quedé helado. Así, no era yo el único que lo había podido vivir. Aquello lo había visto mucha gente...

Continúe escuchando con mucho más interés. La noticia duró gran parte de la mañana y eran muchos los comentarios que se emitían en aquella emisora, algunos realmente inverosímiles, seguramente de gente que quería apuntarse al carro o reírse de la noticia.

Me sorprendí aún más cuando escuché dos cosas, dos detalles aparentemente sin importancia… En un caso, unas personas comentaron que vieron una gran nube y que se marcharon del parque porque pensaban que iba a llover y no querían mojarse. Eso ocurrió justamente cuando nosotros entrábamos.

El otro comentario fue el de la Policía Local, que comentó que, después de las insistentes llamadas de vecinos que decían lo mismo, se personaron en el parque, que llegaron a las once y veinte, aproximadamente, y que allí no había ni nube ni nadie, y que el parque estaba totalmente cerrado. Pensé que debieron llegar justamente cuando nosotros salíamos, y que por eso no vieron nada.

Una duda terrible se me planteaba: ¿Qué debía hacer? ¿Llamaba y contaba que yo lo había vivido de cerca y que incluso tenía imágenes de “ellos”?. No, no podía. Las imágenes no eran suficientemente explícitas para demostrar que aquellos brazos fuesen los de un extraterrestre. Por otra parte aquellas dos mujeres no iban a poder acreditar mi versión, porque, después de lo que vi, estaba casi convencido de que no recordarían nada. Además, no podía explicar que yo estaba en una investigación y desvelar a la investigada y a mi cliente. Eso no podía hacerlo de ningún modo...

Me quedaba la posibilidad de contarlo en petit comité. Seguramente nadie me creería, y menos teniendo como profesión la de Detective Privado y como afición el escribir novelas. Todos me achacarían que tengo muchas historias vividas y demasiada imaginación. Pero en ello había algo de positivo: podría explicarlo y no quedar mal.

Sea como fuere, le entregué el informe a mi cliente con los detalles de la investigación y los fotogramas en los que pudo comprobar que su mujer tenía un amante, pero que no era ningún hombre, sino que se trataba de su compañera de trabajo. Cobré y me marché.

Ahora, en las reuniones de amigos les cuento esta historia, les digo que yo estuve allí, en aquel parque, viendo cómo una gran niebla cubría el parque, quizá con un platillo volante en su interior, de donde, poco después, salió un extraterrestre muy alto, con la cabeza como una pelota de rugby y que suspendió en el aire a dos mujeres mientras éstas se comían unas hamburguesas.

Normalmente, esta historia genera mucha controversia y bastantes risas. Todos me dicen que tengo mucha imaginación y que debería escribir un libro… Puede que lo haga y un día escriba: Cuando los extraterrestres visitaron Cornellà. Quién sabe, igual a alguien le gusta.

Yo me lo creería.



F I N